Jorge Icaza. El Chulla Romero y Flores
“El Chulla Romero y Flores” es la obra culmen de Jorge Icaza. Publicada en 1958, la novela sigue las peripecias y desventuras de Luis Alfonso Romero y Flores. Hijo del blanco empobrecido “Majestad y Pobreza” y de la india servicia “Mama Domitila”; figuras ancestrales que dominan las contradicciones y desequilibrios del mestizo que escucha las voces recurrentes de sus antepasados. Por definición, el Chulla (Solo. Impar. Hombre o mujer de clase media que trata de superarse por las apariencias), busca ganarse la vida con engaños y pillerías a sabiendas que los méritos no importan, que la justicia castiga al oprimido, que los aristócratas, curas, militares y gamonales no permiten el acenso de los “cholitos”, que no hay salida posible, o la pobreza o la corrupción. Disfrazado de “Patrón grande su mercé”, jugando a la ruleta rusa, desafiando su suerte, deberá fiscalizar las cuentas del flamante candidato a la Presidencia de la República: Don Ramiro Paredes y Nieto, “una especie de tabú que flotaba en las alturas”, incorruptible hombre público, padre de la patria, amo y señor de los esbirros de la burocracia (disculpen el pleonasmo).
Las facturas, los recibos, los pagarés rebelan los embustes, las trampas del gobierno, la telaraña de intereses. La causalidad jugó sus cartas y de entre las sombras de la baraja, apareció la nobleza, el linaje, el idealismo pueril que suma y resta, que ubica las cifras en debe y haber, que comprueba el desfalco del erario. Seguro de su papel de fiscalizador honorable, Romero y Flores se aparece en fiestas de sociedad para ser humillado, vejado y maltratado, burla procaz de sangre azul, revelación de su origen mestizo, de su vivienda en el cholerío, de sus bolsillos vacíos, de sus altas pretensiones y sus cómicos acholamientos. Combativo, heredad de “Majestad y Pobreza”, prepara las refriegas y documentos, los informes para el jefe -defensa promisoria y nefasta-, las noticias para la prensa, los chismes para los opositores, los pretextos para Rosario -recuerdo íntimo de “Mama Domitila”, “cholita” separada de gran señor, piel ardiente de las montañas-.
Con Rosario comenzaron los problemas, la escurridiza aventura de “la casa de citas”, la farsa descubierta de realeza criolla, el embarazo caótico y mortal, el empleo en la burocracia. Y todo sería fatal cuando se hicieron públicos los documentos del “chulla”, del cholo que, acusado de los fraudes que pensaba denunciar, fue presa de la cruenta realidad de los mecanismos sociales que amparan a unos y arrojan a la basura a los otros. En tremebunda huida de los brutales “pesquisas”, de los desalmados policías, entre barrancos y callejuelas, intenta escapar y regresar al destino de su sangre mezclada mientras la parturienta se dilata y se desangra. Los vecinos, el “cholerio” hará lo posible por salvar ambas vidas en la noche de los kitos infiernos. Clamando en coro, “haciendo vaca”, llamando a médicos, a brujas y comadronas, reivindicando el poder del populacho ante los escurridizos uniformados.
Con esta obra Icaza evoluciona el indigenismo de sus primeros trabajos para inscribirse en las corrientes literarias en boga durante aquella época: el costumbrismo y el realismo mágico. Son las voces eternas y profundas de los antepasados de Romero y Flores los que dotan de tintes fantásticos a la novela que además de retratar el mundo de la serranía ecuatoriana, explora las raíces del conflicto de identidad de los ekuatorianos, la dualidad del mestizaje. El libro es un amasijo de las mejores cualidades de Icaza: pintar los ambientes y situaciones a través de olores y fragancias nauseabundas; dotar de un léxico fonético a sus personajes; describir con soltura e ironía las costumbres de los “chullas” que se mueven entre los recovecos de las cantinas, los prostíbulos y sus miserables tugurios; teñir las escenas con toques grotescos; sazonar los diálogos con ají rocoto; denunciar las injusticias sociales de un sistema que perpetúa el maltrato, la miseria y el hambre. Una obra fundamental para apreciar las angustias existenciales del quiteño y del ekuatoriano.
Dirección, producción y textos: Fernando Endara I.