Pamela Borelli
En tiempos de retrocesos en derechos, como los que actualmente atraviesa Argentina, es fundamental explorar estrategias de resistencia noviolenta que permitan transformar la realidad. Para ello, emprendamos un viaje al pasado en busca de inspiración, hacia una experiencia en la que el arte y la creatividad lograron despertar conciencias, generar empatía y movilizar a la sociedad.
Viajemos, entonces, a la década de 1960. Argentina atravesaba una profunda crisis social y económica. La dictadura de Juan Carlos Onganía había implementado políticas que golpearon con fuerza a diversas regiones del país. En Tucumán, el cierre de los ingenios azucareros dejó a miles de trabajadores sin empleo, sumiendo a la provincia en la pobreza extrema.
Fue en este contexto donde nació Tucumán Arde, un movimiento artístico de resistencia que irrumpió en 1968 con una propuesta radical. Artistas plásticos del Instituto Di Tella, de la Ciudad de Buenos Aires, de la provincia de Buenos Aires y de Rosario, en Santa Fe, sintieron que el arte debía asumir un rol activo en la denuncia de las injusticias sociales. Su objetivo era trascender las formas tradicionales y generar un impacto real en la sociedad. Con el apoyo de sindicatos y organizaciones de derechos humanos, lograron amplificar su mensaje.
Les artistas viajaron a Tucumán para documentar la realidad de la provincia a través de entrevistas, fotografías y filmaciones. La primera fase de su acción fue una exposición en el Sindicato de Luz y Fuerza de Rosario, donde mostraron las terribles consecuencias de las políticas estatales. Querían sacudir la indiferencia, provocar una reacción en el público. Luego, llevaron la muestra a la Central General del Trabajo de los Argentinos (CGT) en Buenos Aires, buscando generar conciencia y movilización en la capital del país.
La exposición no solo mostraba imágenes y documentos; buscaba, además, involucrar sensorialmente a les espectadores. Se servía café amargo, las luces de la sala se apagaban con la frecuencia en que moría un niñe en Tucumán, y una instalación presentaba una platea con sillas vacías, una metáfora de que “las cosas ocurren en la calle”. Afiches, folletos y acciones callejeras reforzaban la denuncia. A pesar de la censura y la represión, continuaron con su proyecto, demostrando que la resistencia pacífica y el arte podían ser herramientas de transformación.
Este viaje en el tiempo se entrelaza con muchos otros ejemplos de resistencia noviolenta que el pueblo argentino ha impulsado en su búsqueda por la ampliación de derechos y contra medidas gubernamentales autoritarias, restrictivas e injustas. Entre ellos destacan la huelga de inquilinos de 1907, la resistencia obrera en tiempos de dictadura (1976), las rondas de las Madres de Plaza de Mayo (desde 1977 hasta la actualidad), los Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries (desde 1986), las marchas del silencio por el caso de María Soledad Morales (1990), las carpas blancas y el ayuno docente (1997-1999), los cacerolazos del 2001, el bloqueo del puente internacional General San Martín en la provincia de Entre Ríos (2006-2009) y los malones de la paz de los pueblos indígenas (1946, 2006 y 2023).
Cada una de estas luchas, como Tucumán Arde, es un recordatorio de que la resistencia puede tomar múltiples formas y que, incluso en los momentos más oscuros, la creatividad y la acción colectiva siguen siendo poderosas herramientas para transformar la realidad.
A lo largo de la historia, estos movimientos han desarrollado estrategias innovadoras para sostener su resistencia: negativa al pago de alquileres, boicots, trabajo a reglamento, rondas pacíficas en Plaza de Mayo con pañuelos blancos como símbolo, talleres autogestionados, manifestaciones silenciosas con pancartas y velas, huelgas de hambre y pernoctas en carpas instaladas frente al Congreso, acompañadas de recitales y lecturas, cortes prolongados de pasos fronterizos y marchas pacíficas que recorrieron largas distancias hasta Buenos Aires. Tácticas diversas, pero todas con un mismo propósito: desafiar la injusticia, movilizar conciencias y ampliar los horizontes de lo posible.
Y ahora, con la memoria activa, nos detenemos en un presente que nos interpela con urgencia y nos exige salidas creativas. Desde el 10 de diciembre de 2023, cuando Javier Milei asumió la presidencia, se han implementado de manera rápida y drástica decisiones que modifican leyes, desfinancian políticas públicas y persiguen todo aquello que promueva la inclusión social, la no discriminación, el respeto a las diversidades, la educación y la salud pública, la protección del medioambiente y de las poblaciones vulnerables, la reducción de la pobreza y la construcción de tejido social. Estas medidas, acompañadas de discursos de odio y el cierre de instituciones y espacios, debilitan el Estado democrático y exacerban la polarización y el resentimiento.
A un año de su gestión, el presidente sigue contando con el apoyo de parte de la ciudadanía y con el respaldo de otros poderes del Estado, sin una oposición firme que resista estas medidas. El poder legislativo, fragmentado y complaciente, ha aprobado proyectos que restringen derechos, mientras que gran parte del poder judicial permanece en silencio.
Para transformar la realidad con amor, inclusión e igualdad, es esencial que la sociedad civil reflexione y diseñe estrategias que despierten la conciencia, toquen el corazón y generen conexión. Es necesario gestar formas insurgentes, disruptivas y creativas que sumen voluntades de manera pacífica, convirtiendo el dolor y la indignación ante la impunidad en energía para construir otros mundos posibles.
Recientemente, han surgido iniciativas que buscan estas transformaciones, más allá de los tradicionales paros y marchas que se han realizado en diferentes puntos del país. El recorte presupuestario a las Universidades Públicas ha impulsado creativas formas de resistencia, como la toma de las universidades con el dictado de las clases en espacios públicos y performances artísticas en lugares concurridos, como estaciones de trenes.
Es crucial superar la fragmentación, el shock y el miedo que esta nueva realidad impone. Frente a la apatía y el odio, la respuesta debe ser la unión, el amor y la participación. Lo que defendemos es más poderoso: proviene de nuestra naturaleza interconectada. Que los ejemplos del pasado nos inspiren, porque muchas generaciones rompieron sus jaulas con estrategias noviolentas y artísticas que despertaron conciencias.
Como cierre, una chispa de esperanza. Días antes de la publicación de este blog, 1 de febrero de 2025, se llevó a cabo la “Marcha Federal del Orgullo Antirascista y Antifascista” convocada por el colectivo LGTBIQ+ en una asamblea pública y masiva realizada en Buenos Aires en respuesta a los discursos de odio del presidente Milei en el Foro Económico de Davos (Suiza).
Esta marcha contó con una gran adhesión y participación, respaldada por movimientos sociales, sindicatos, partidos políticos, colectivos de activistas y ciudadanes de diversas procedencias e identidades. Su eco se sintió en más de cincuenta localidades del país y quince ciudades alrededor del mundo. La jornada estuvo marcada por intervenciones artísticas en el espacio público, performances y actividades culturales, transformando las calles en un escenario vibrante de resistencia y expresión. A su paso, dejó una estela de colores, brillos, bailes, cánticos, carrozas y grafitis que sembraron felicidad y orgullo.
Un destello de resistencia que bien podría convertirse en un punto de inflexión en la lucha ciudadana actual. Porque, como dijo la actriz argentina Erica Rivas: ¡La salida es el arte! La salida de la angustia del mundo es el amor o es el arte.
Pamela Borelli
Es magíster en Mediación, especialista en Derecho del Trabajo, abogada, mediadora y actriz. Además, cuenta con un diplomado en Conflictología y en Arte y Transformación Social. Desde hace tres años y medio, se desempeña como subdirectora de la Fundación Cambio Democrático.