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  • Mar 16, 2022
  • 7 minutes

Si Gandhi fuera caucano, tocaría en la chirimía


 *Juan Manuel Tobar Manzo y Pablo Eduardo Tobar Manzo

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Desde hace algunos años, acercarse a las protestas en la ciudad de Popayán ha llevado consigo encontrarse con un ritmo cadencioso que inspira a caminar, adornado con flautas que asemejan los trinos de las aves. Este ritmo acompaña las movilizaciones de diferentes organizaciones en la capital del Cauca. A cada paso que damos hacia la aglomeración de gente, se empiezan a distinguir el TATA PUM TA PUM producido por tambores, el CHAAAAAAA producido por la charrasca y el trino de las flautas que interpretan bambucos, marchas y cumbias.

Venimos caminando desde hace algunas cuadras con tambores al hombro y flautas en la mochila, agua en nuestros maletines, leche y bicarbonato por si nos gasean, y un casco de construcción para proteger la cabeza en caso de que la situación se torne violenta. Escuchamos la melodía de las flautas, las manos y brazos se empiezan a mover para tocar nuestros instrumentos y acompañar el Rioblanqueño. En el interludio entre canciones, saludamos a l@s compas, presentamos nuestros respetos a los maestros chirimeros y nos ubicamos estratégicamente en la mitad de una carretera para cortar el tráfico en la calle que conduce hacia la salida sur de Popayán.

El Paro Nacional en Colombia estalló el 28 de abril de 2021, en reacción a medidas antipopulares como la reforma tributaria promovida por el ministro de hacienda y la reforma a la salud. El gobierno retiró las reformas, pero los objetivos de la sociedad civil organizada se han ampliado, y hasta la fecha (4 de agosto de 2021) seguimos marchando contra la violencia en las regiones y la mala administración de la pandemia por COVID-19, y a favor de la educación gratuita y de calidad, y de medidas adecuadas para hacer frente a la desigualdad social.

Sabemos que es un día difícil, es el 20 de julio, día de la independencia de Colombia, y desde el comité central del Paro Nacional se dio la directriz de marchar contra el gobierno. Es un hecho que, por parte de las fuerzas del Estado, y especialmente del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), habrá una fuerte represión hacia la movilización social. La represión estatal a la fecha ha dejado 4.687 casos de violencia policial, 84 personas asesinadas en el marco de las protestas, 82 personas con lesiones oculares producidas por el ESMAD, y 25 casos de violencia sexual cometidos por la policía (CIDH. 2021. 8-9).

Emprendemos la marcha, y se nos suma un grupo, aunque improvisado, bastante animado y alegre de baile, quienes danzan delante de la chirimía inspirad@s por la música. No se habla, no se acuerda nada, no se organiza nada, basta con que encontremos las miradas y empecemos a producir la música para empezar a generar dinámicas de apropiación del espacio público, y que a través de la música enfilemos voluntades para lograr un objetivo común. A medida que avanzamos entre bambucos y pasos de danza, nos es imposible no percibir cómo la música une y nos hace dar cuenta de que no estamos solos, que, a cada paso, a cada nota estos elementos “permite[n] la construcción de una identidad colectiva en oposición a una alteridad hegemónica, reforzando los lazos de solidaridad y resistencia entre los sectores populares” (Ortale. 2018. 15).

Continuamos la marcha y llegamos a la estación central de la policía en Popayán interpretando Mi Cafetal, pero sabemos que es necesario detenernos al frente de los policías y señalar a aquel que viene perpetrando masacres, atentando contra los procesos populares desde su época de presidente: Álvaro Uribe Vélez. En ese momento el repertorio cambia, pasamos de los bambucos en donde la flauta es la que habla, para hacer uso de nuestras voces, un redoblante marca el cambio de ritmo y empezamos a gritar con rabia y alegría a ritmo de salsachoke “1…2…3… Y STOP ¡Uribe paraco hijueputa!”. La alteración de las letras de canciones populares es un elemento que podemos encontrar en diferentes procesos de resistencia civil, desde Amish en Estados Unidos que cambian las letras a canciones de pop o de la cultura popular para hacer frente a corporaciones (Safran. 2019), hasta la sociedad civil en Singapur, quienes cambian las letras a canciones institucionales para cuestionar la imagen del gobierno (Kong. 1995). En nuestro caso, y como reflejo de nuestra propia forma de asumir incluso las desgracias con alegría, las demandas hechas con rabia se entrelazan con un aspecto casi carnavalesco en las demostraciones, aspecto que imbuye de alegría la manifestación, e invita a cantar y bailar letras con palabras soeces en contra del gobierno. La bandera de la Gran Banda Chirimera sigue avanzando ondeada por el viento, y detrás de ella vamos nosotros, con sombreros de paja e instrumentos musicales de carrizo y plástico caminando la historia. La gente se alegra al vernos pasar… hasta que al final de la marcha aparece el ESMAD.

Al estar cerrando toda la movilización, empezamos a sentir la presencia del ESMAD por la sensación de picor en nuestras narices y ojos producidos por los gases lacrimógenos. Es ese momento cuando sentimos una centella de adrenalina que recorre todo el cuerpo, y desde el estómago el sentido común grita “¡huye!”, las piernas se alistan para actuar prontamente y, rápidamente los ojos escrutan el panorama identificando la fuente de peligro. Haciendo acopio de cordura y recordando por qué estamos haciendo lo que hacemos, el miedo es exhalado en un suspiro profundo, sabemos que nuestra integridad corre peligro, pero insistimos en no movernos y acompañar a l@s marchantes y a la primera línea.

“La chirimía evita el silencio, en donde se escuchan los gritos por las confrontaciones, cómo que lo anima a uno a seguir en la lucha” (Participante de las manifestaciones, 3 de junio de 2021), fueron las palabras que cruzamos con un participante de las manifestaciones, quien exalta una de las funciones fundamentales de la música en espacios de ejercicio de la acción no-violenta: Hacer más llevadero el sacrificio, la disciplina espiritual tapasya, que implica la no-violencia, ya que – como nos lo recuerdan desde Puerto Rico -, en nuestro contexto “La música posee un poder invaluable en nuestra sociedad. Es capaz de adaptarse a las situaciones, cambiar estados de ánimo, crear tranquilidad o reafirmar la identidad” (Rivera y Vélez. 2019. 77).

La música no para, seguimos tocando pese a las granadas lacrimógenas zumbando cerca a nuestras cabezas y la nube de gas que se cierne sobre nosotros. Los flauteros y flauteras siguen hinchando sus pulmones con el aire asfixiante para no dejar caer la melodía; el picor en los ojos y en la garganta es el precio que hay que pagar para evitar que la música cese. La música no para, y observamos cómo con paso decidido el maestro Walter empieza a encabezar la marcha, cada vez más y más cerca de donde la primera línea confronta al ESMAD. Ver al maestro armado solamente con su flauta hacerle frente a uno de los equipos antimotines es algo inspirador. La fortaleza del maestro Walter en inspira y deja entrever el compromiso y la disciplina que hay que tener para comprometerse con métodos no-violentos de acción política, ya que “como en la guerra, las campañas satyagraha necesitan combatientes adiestrados, dotados de un gran espíritu de decisión hacia la comunidad, capacidad de sacrificio, resistencia, organización y disciplina, cualidades sin las cuales no se puede vencer” (López Martínez. 2012. 62).

La chirimía retrocede y poco a poco vuelve a tomar los espacios que minutos antes habían estado ocupados por las tanquetas y policías, retrocedemos para volver a avanzar, nos dispersamos, retrocedemos y volvemos a avanzar. Suena el Sotareño mientras una cuadra más adelante la tanqueta con cañones de agua a presión dispersa a jóvenes de la primera línea y los golpes en el cuero del tambor se confunden con los estallidos de las granadas aturdidoras, empezamos a sentir el cansancio de haber estado desde las 9 am hasta las 5.30 pm acompañando la manifestación. Con la llegada de la noche, y con los horrores cometidos por los policías protegidos por la oscuridad como precedente en todo el Paro Nacional, iniciamos el regreso a nuestras casas, echamos un último vistazo a l@s compañer@s que se quedan y les pedimos que tengan cuidado, nos desean lo mismo y nos despedimos. El miedo de no volver a ver a alguien, desaparecer o perder un ojo en las protestas es real, por lo que en nuestros adentros agradecemos a la vida seguir teniendo otro día para converger, caminar la historia, y con nuestros instrumentos como arma y la certeza de luchar por lo justo, cambiar todo lo que deba ser cambiado.

*Juan Manuel Tobar Manzo: Tamborero, director Fundación Mambrú Internacional, abogado por la Universidad del Cauca, y maestro en Relaciones Internacionales por la FLACSO – Ecuador.

*Pablo Eduardo Tobar Manzo: Flautero, miembro Fundación Mambrú Internacional, músico clarinetista por la Universidad del Cauca, y máster of music performance por la Northern Illinois University – USA.

Bibliografía

  1. Corte Interamericana de Derechos Humanos. 2021. Observaciones y recomendaciones Visita de trabajo a Colombia.
  2. Ortale, Paula Cecilia. 2018. La música como vehiculizador de la resistencia popular Registro sonoro del patrimonio inmaterial. Recuperado el 2 de agosto del 2021 en http://conti.derhuman.jus.gov.ar/2018/01/seminario/mesa_11/ortale_mesa_11.pdf
  3. Safran, Benjamin. 2019. ‘A Gentle, Angry People’: Music in a Quaker Nonviolent Direct- Action Campaign to Power Local Green Jobs. Yale Journal of Music & Religion: Vol. 5: No. 2, Article 6.
  4. Kong, Lily. 1995. Music and cultural politics: ideology and resistance in Singapore. Institute of British Geographers, New Series: Vol. 20: No. 4
  5. Rivera, Pablo Luis y Juan José Vélez Peña. 2019. Bomba y plena, música afropuertorriqueña y rebeldía social y estética. Music and Rights in Americas: Vol. 12: No. 2
  6. López Martines, Mario. 2012. Gandhi, política y satyagraha. Ra-Ximhai: Vol. 8: No. 2

Publicado: 16 de marzo del 2022

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