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  • Dic 24, 2022
  • 8 minutes

La solidaridad internacional y la izquierda estadounidense


Steve Striffler

Mi interés académico en la historia de la solidaridad latinoamericana surgió de un compromiso político en torno a Colombia durante los últimos quince años. Al igual que mucha de la solidaridad estadounidense con América Latina, la campaña en la que participé comenzó cuando los latinoamericanos —en este caso, las comunidades indígenas y afrocolombianas de la provincia norteña de La Guajira— llamaron a los actores internacionales (Norte Global) para apoyar su lucha contra la rápida expansión de una mina de carbón (Cerrejón) excepcionalmente grande, propiedad de Exxon. A principios de la década de 2000, la minera desalojó violentamente a la comunidad de Tabaco (La Guajira) de sus tierras ancestrales. 

Si la mina hubiera sido la propiedad de una compañía menos prominente o si hubiera elegido un camino menos notoriamente violento para destruir un pueblo, es muy posible que los esfuerzos de la comunidad para adquirir aliados extranjeros no hubieran tenido éxito. Incluso con la enorme violación de los derechos humanos por parte de una importante corporación multinacional, las comunidades aún luchaban por encontrar aliados en el extranjero y captar la atención internacional. En una era de sobrecarga de información, caracterizada en parte por un suministro aparentemente interminable de crisis humanas, no es fácil estar en el radar global. 

Sin embargo, eventualmente lo hicieron. Desde entonces un pequeño grupo de activistas de Europa, Estados Unidos y Canadá han apoyado a las comunidades afectadas durante un conflicto en evolución con los propietarios de la mina y el estado colombiano. La campaña ha utilizado una variedad de tácticas para presionar al propietario de la mina, llamando la atención mundial sobre su horrible comportamiento. Una de las estrategias empleadas, y que tiene una larga historia dentro de la solidaridad internacional, consistió en nombrar y avergonzar. Esto permite a los activistas centrar la atención mundial en empresas o gobiernos para que estas modifiquen sus prácticas. En nuestro caso llevamos delegaciones internacionales a Colombia para presenciar y dar a conocer la devastación causada por la mina. A Estados Unidos llevamos pobladores afectados a diferentes conferencias con el propósito de educar y alertar a las audiencias estadounidenses sobre el verdadero costo del carbón, dar a conocer los abusos que se cometen y profundizar alianzas entre las comunidades y otros actores. Además, presionamos a los dueños de la mina en juntas de accionistas y congresos mineros. Nuestras acciones también se reflejaron en películas, artículos y libros para dar visibilidad a la causa tanto en Colombia como en el exterior.

Estos esfuerzos generaron ganancias concretas. Cuando empezamos, la mina Cerrejón apenas reconocía la existencia de las comunidades e insistía en que el desalojo de Tabaco se había manejado de manera legal y adecuada. Para ellos, el asunto estaba cerrado.  Sin embargo, la campaña no solo obligó a la mina a reabrir el caso de Tabaco y a abordar los problemas de compensación y reubicación, la relación y el trato con otras comunidades también cambió a medida que la empresa se expandía. La campaña sirvió para conectar a las comunidades entre sí, contar con aliados dentro y fuera de Colombia y proporcionar educación política a todos los involucrados.

Al mismo tiempo, dado el increíble desequilibrio de poder, ha habido límites reales no solo en la posibilidad de influir en las acciones de la mina, sino en la capacidad de la campaña para mejorar la situación de las comunidades. La mina continúa expandiéndose y en gran medida toma las decisiones en la región donde se asientan las comunidades afectadas, que siguen marginadas política y económicamente, viviendo en circunstancias excepcionalmente difíciles.

Entonces, en un sentido más amplio, esta campaña muestra muchos de los mismos desafíos que enfrenta gran parte del trabajo solidario latinoamericano. Para empezar, el modelo más amplio de solidaridad se basó en gran medida en la capacidad de los latinoamericanos para captar la atención de los aliados internacionales, quienes luego deben encontrar formas para presionar a las corporaciones atrayendo la atención de los medios, influyendo en los accionistas o accediendo al poder estatal. La capacidad para hacerlo depende de muchos factores, algunos de los cuales son bastante arbitrarios. La mayoría de las comunidades, por ejemplo, no tienen el «beneficio» de ser explotadas por una corporación global prominente como Exxon.

Del mismo modo, debido a que la atención internacional tiende a centrarse en el nivel de impacto de la crisis o requiere que las comunidades muestren un sufrimiento extremo ante una audiencia global, las crisis pueden ser volubles y fugaces, es decir, tienen poca o nula atención. Este es un modelo de solidaridad que depende de la crisis o la protesta pública como combustible para pasar de un incendio al siguiente, abordando los aspectos más atroces de casos particulares antes de pasar a otro desastre. Por lo general, esto deja sin abordar los problemas subyacentes que produjeron la crisis y puede tener el efecto de excluir por completo a la mayoría de las personas de la ecuación política, ya que relativamente pocas personas son explotadas de manera que alguna vez las coloquen en el radar del público.

Por mucho que estas campañas incorporen y estén sostenidas por un notable compromiso y energía humanos tienden a funcionar desde un poder político y económico muy limitado. Las necesidades de las comunidades afectadas son abrumadoras y superan con creces cualquier capacidad que nosotros, como aliados internacionales, poseamos o podamos desarrollar de manera realista en el futuro. De hecho, las comunidades buscaron apoyo internacional porque no podían depender del estado colombiano para defender sus intereses contra las empresas mineras extranjeras. Las comunidades tampoco pudieron movilizar suficientes aliados o aprovechar los movimientos sociales en Colombia para cambiar las prácticas de la mina Cerrejón, influir en el gobierno o promover su causa de otra manera. La búsqueda de apoyo internacional, aunque valiente y creativa, señaló la debilidad de cuál es su posición general. El equilibrio de poder estaba y está en su contra.

A nivel internacional, aunque un grupo comprometido de activistas de varios países ha estado trabajando en esta campaña durante más de una década, tenemos pocos recursos financieros o humanos. En comparación con las comunidades parecemos y, en cierto modo, somos «poderosos». Pero, somos un grupo pequeño sin personal permanente, poco presupuesto y poder político limitado. Tenemos contactos y aliados en numerosos países y, junto con las comunidades, nos hemos vuelto expertos en identificar y acceder a los puntos de presión de la mina. No existe una base política o un movimiento más grande al que podamos recurrir para obtener apoyo o recursos.

Tampoco estamos solos. Aunque este modelo de campaña o compromiso político, donde un grupo relativamente pequeño del norte global intenta apoyar la lucha de un grupo pobre y aislado en América Latina, no es la única forma que adopta la solidaridad contemporánea. Esto se ha generalizado lo suficiente que amerita una reflexión histórica y estratégica.

¿Cómo es que llegamos aquí, a este punto donde una intervención importante, pero relativamente limitada, se ha convertido en una forma tan común de solidaridad? Y, lo que es más importante, ¿cómo podemos construir una solidaridad internacional efectiva, particularmente en un contexto donde las fuerzas progresistas están tan políticamente marginadas? ¿Cómo practicamos y construimos la solidaridad revolucionaria en ausencia de movimientos revolucionarios? ¿Qué tipo de luchas inmediatas, urgentes y, a menudo, a corto plazo podrían ayudar a establecer los cimientos de movimientos políticos que no solo aborden momentos de crisis contra los derechos humanos, sino que promuevan el poder de la clase trabajadora con la capacidad de abordar problemas más amplios de desigualdad política y económica?

Estas son las preguntas más importantes que trato de abordar en mi libro, Solidarity: Latin America and U.S. Left in the Era of Human Rights, que analiza la historia de la solidaridad basada en los Estados Unidos y se centra en particular en cómo surgió un modelo de campaña de solidaridad a través del movimiento de derechos humanos a partir de la década del setenta del siglo pasado. No pretendo tener las respuestas a ninguna de estas preguntas, pero aquí hay dos conclusiones rápidas, y no particularmente perspicaces, de mi investigación:

  1. Construir una izquierda estadounidense. Los latinoamericanos les han estado diciendo a los aliados de los EE.UU. durante décadas que lo más importante que «nosotros» podemos hacer es transformar las políticas y prácticas de los Estados Unidos porque socavan los movimientos sociales latinoamericanos y aseguran que el poder y la riqueza se concentren en pocas manos. Esta es una tarea difícil, pero hasta que haya una izquierda en los Estados Unidos con el poder de transformar la política exterior/económica de manera fundamental, el campo de juego seguirá siendo decididamente injusto para nuestros aliados latinoamericanos y limitará severamente la solidaridad internacional —es difícil ver cómo se puede construir una izquierda efectiva en los Estados Unidos sin un movimiento laboral y sindicatos, por lo que necesitamos revitalizar y transformar el trabajo para construir una izquierda más amplia.
  2. Construir movimientos a partir de campañas. A medida que la izquierda se debilitaba en las Américas durante las décadas de los ochenta y noventa, y a medida que las políticas neoliberales reducían la capacidad del gobierno y diezmaba al pueblo trabajador de toda la región, la solidaridad basada en los Estados Unidos se centró en apagar una amplia gama de incendios neoliberales. En este contexto, ha sido difícil pensar y actuar estratégicamente y, dentro de este contexto, ha sido difícil pensar y actuar estratégicamente para promover movimientos sociales más amplios con la capacidad de moldear el poder político. Nos sería útil crear espacios políticos para reflexionar sobre cómo tales preocupaciones pueden forjar más profundamente nuestra política y los tipos de proyectos que diseñamos y en los que nos involucramos.

Steve Striffler

Es director de Centro Laboral y profesor de Antropología de la Universidad de Massachusetts, Boston (USA).  Es autor de Solidarity: Latin America and the U.S. Left in the Era of Globalization.

Publicado: 24 de diciembre del 2022

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