Jorge Rentería Restrepo
En un mundo complejo y desafiante, es común preguntarse si en la naturaleza podríamos encontrar una guía para construir una sociedad más pacífica y armoniosa. Este artículo no pretende tener una respuesta concreta, pero sí explorar la relación entre la paz y la naturaleza desde una perspectiva holística, que abarca lo simbólico, lo sensible y lo sutil. Está basado en la ponencia-taller presentada el 29 de octubre de 2024 en el Circuito Interactivo de la Universidad del Valle durante la COP16 (Cali, Colombia).
En este contexto, se plantea una pregunta fundamental y provocadora: ¿qué podemos aprender de la naturaleza sobre la paz? ¿Cómo puede la naturaleza ofrecernos claves para superar la violencia y promover el desarrollo tanto en nuestros territorios externos como en nuestro mundo interior?
La sociedad contemporánea suele percibirse como violenta. Sin embargo, lo que realmente experimentamos es una “disonancia vincular”: coexistimos en una tensión entre lógicas de paz y violencia, sin una ética clara que nos oriente hacia el cuidado mutuo. En este estado, alternamos entre actos de daño y compasión, sin lograr avanzar hacia una paz sostenida.
Un reflejo de esta disonancia es el mito de la “violencia justiciera”, muy presente en la cultura popular, donde héroes recurren a la violencia para derrotar al “mal”. Este paradigma de “vencer para sobrevivir” se refleja en sistemas económicos y políticos que priorizan la competencia y la dominación, promoviendo la desigualdad y la acumulación en detrimento del bienestar social y ambiental, una situación agravada por la falta de regulación adecuada.
Cuando hablamos de violencia, es útil reconocer que esta afecta diferentes tipos de territorios articulados entre sí: el ambiental, el social y el interior. La violencia se manifiesta de distintas maneras en cada uno de estos territorios, y comprenderlo nos ayuda a reconocer la complejidad del problema.
En el territorio ambiental, las prácticas extractivistas, el cambio climático y la deforestación se traducen en contaminación, escasez de agua y pérdida de biodiversidad. Estas situaciones afectan gravemente la salud y la calidad de vida de las comunidades que dependen de estos recursos.
Por su parte, en el territorio social, la violencia se manifiesta en forma de conflictos armados y delincuencia, generando desplazamiento forzado, pobreza y extorsión. Estas dinámicas debilitan las relaciones comunitarias y siembran desconfianza, fragmentando el tejido social. En lo referente al territorio interior de cada uno de nosotros, la violencia cobra la forma de estrés, agotamiento y traumas psicoemocionales. Estos efectos pueden derivar en problemas de salud mental, como depresión y ansiedad, impactando no solo el bienestar individual, sino también las interacciones sociales y el sentido de comunidad.
Frente a este panorama de violencias diversas, surge la pregunta si podemos resistir y enfrentar estas violencias para promover la paz en nuestros territorios, tanto externos como internos. La noviolencia aparece aquí como una respuesta sólida y transformadora. No es solo una estrategia, sino una filosofía de vida. Este enfoque propone una “antropología para la paz”, una manera de concebir al ser humano como un agente potencial de paz. Así, la paz no es simplemente la ausencia de violencias, sino una orientación activa hacia la verdad, el amor y el cuidado.
Esta perspectiva nos invita también a reconsiderar la forma en que entendemos la naturaleza. En lugar de verla únicamente como un espacio donde impera la ley del más fuerte, podemos encontrar en ella principios fundamentales que nos enseñan cómo construir una paz duradera. Estos principios, en su esencia, ofrecen una guía para transformar no solo nuestras relaciones con el entorno, sino también entre nosotros y con nosotros mismos.
Al observar la naturaleza con una mirada sensible y abierta, podemos interpretar tres principios existenciales que pueden servir de inspiración para una filosofía de la paz. En primer lugar, está la dimensión de la sabiduría: existe una sabiduría que lo conecta y lo fundamenta todo. En la naturaleza, todo está interconectado de una manera que revela una sabiduría fundamental. Cada organismo, desde la planta más pequeña hasta el animal más grande, tiene un rol específico que contribuye al equilibrio del ecosistema. Esta sabiduría natural sugiere un principio de verdad que no necesita, ni puede ser controlado o poseído, sino simplemente respetado y admirado. Nos invita a vivir en coherencia y en armonía con el mundo que nos rodea.
En segundo lugar, encontramos la energía: existe una energía que lo dinamiza todo. La naturaleza es dinámica y está en constante cambio. La energía que la impulsa es, en muchos aspectos, comparable al amor que da sentido y cohesión a nuestras relaciones. Al igual que el amor, esta energía revitaliza, conecta y permite la renovación. Reconocer la energía como principio nos lleva a valorar la vitalidad y a comprender que nuestras relaciones y acciones deben estar orientadas a fortalecer, no a dañar.
Y, por último, y no menor, está la belleza: existe una belleza armónica que lo ordena todo. La naturaleza tiene una armonía y una estética que van más allá de lo funcional. La belleza no es solo algo que agrada a la vista, sino un principio que genera un orden profundo y equilibrado. Este principio se relaciona con la ética del cuidado, ya que lo bello nos invita a proteger, a valorar y a preservar.
A la luz de estos principios, la acción noviolenta no debe reducirse como un método o estrategia, sino que hace parte de una cosmovisión que tiene como punto central la coherencia un buen pensamiento, un buen sentimiento y una buena acción. Esta “triada articulada” es esencial para construir propuestas creativas de paz en todos los niveles de nuestra vida.
Trasladando estos principios inmanentes de la naturaleza a la ética noviolenta, nos refleja que la verdad no es algo que debamos poseer, sino que debemos buscarla con humildad y apertura, renunciando a poseerla y sin intentar imponerla. Del mismo modo, el amor no es solo un sentimiento romántico, sino una fuerza que conecta y dinamiza la vida en todas sus formas. Finalmente, la belleza, como ética del cuidado, nos recuerda la importancia de proteger y preservar el mundo que compartimos. Dichos principios están materializados en las obras y textos de autores de la noviolencia como Tolstoi, Gandhi, Luther King, y, obviamente, en los académicos actuales que la estudian como Mario Lopez, Diego Checa, Oscar Useche, Santiago Borda, Jesús Castañar, por citar algunos autores.
La identificación de principios fundamentales ha sido una constante en la sabiduría ancestral de muchas culturas. A través de símbolos y patrones inspirados en la naturaleza, diversos pueblos han reflejado estos principios, atribuyéndoles profundas implicaciones éticas. Ejemplos de ello son la Chakana andina, la Flor de la Vida en culturas orientales, la Trinidad cristiana, la Estrella de David y la Triqueta celta, entre otros. Aunque sus significados no son idénticos ni siempre claros, todos comparten una lógica común basada en patrones naturales, interpretados como guías para vivir en paz y equilibrio.
Reconectar profundamente con la naturaleza requiere un ejercicio de escucha y sensibilidad. Este acto simbólico, sensible y sutil implica valores esenciales como el propósito, la fuerza y la estrategia. Buscar la sabiduría nos aporta visión y propósito; impulsarnos con energía compasiva nos da fuerza y contención para perseverar; y actuar desde el orden y la belleza nos proporciona estrategia para avanzar con cautela y cuidado.
Desde este paradigma de la noviolencia, que encuentra su base en una filosofía profundamente conectada con las lógicas de la vida, surgen tres acciones transformadoras para resistir las violencias en los diferentes territorios: reexistencia, resiliencia y resistencia.
Por un lado, la lógica de la reexistencia nos invita a comprometernos con la verdad, reconectar la vida y fomentar un desarrollo consciente. Este camino implica renacer, redefinir nuestra existencia y rechazar paradigmas sustentados en el error, la violencia y la arrogancia de creernos absolutos. En segundo lugar, el principio de la energía vital guía el proceso de la resiliencia, esencial para sanar heridas y encontrar la fortaleza para avanzar. Aquí, la fuerza del amor cohesiona a las comunidades y promueve una compasión inclusiva, que abarca no solo a los seres humanos, sino también a la naturaleza y la vida en su totalidad. Finalmente, la resistencia, fundamentada en el principio de la belleza, nos proporciona herramientas para ordenar y dar forma a los cambios, minimizando el daño y promoviendo una acción propositiva. Esta resistencia no solo enfrenta la adversidad, sino que también busca disipar la necropolítica y superar la fragmentación y desconexión de la experiencia humana.
La inspiración que emana de la naturaleza nos invita a construir desde el corazón. Nos ofrece la oportunidad de conectar con lo humano, con el presente, con nuestras emociones y con la belleza que nos rodea. Como seres humanos, nuestra tarea es aprender a descifrar estos mensajes encriptados en la naturaleza y aplicarlos en nuestras relaciones, comunidades y territorios. La sabiduría natural nos guía hacia un sentido trascendental de la vida, nos abraza con su energía unificadora y nos enseña a construir con cuidado, siguiendo las formas de su belleza.
Jorge Rentería Restrepo
Docente universitario e investigador de temas de paz, cultura y noviolencia. Actualmente, es director del Centro de Educación Interior y es escritor de artículos y contenido de cultura de paz y filosofía de la noviolencia.