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  • Oct 25, 2024
  • 9 minutes

La meditación como estrategia de resistencia y noviolencia en contextos de encierro

Germán Díaz Urrutia 

Desde las últimas décadas de siglo XX, la continua expansión del poder del castigo ha sido notoria    en todo el mundo y ha traído una mayor diversificación en la forma en la que se ejerce. Sin embargo, las nuevas prácticas y tecnologías del castigo no han terminado con la privación de libertad. Al contrario, la expansión de los límites del sistema de justicia criminal ha sido paralela con el aumento en los niveles de encarcelamiento.

Este incremento responde, entre otros factores, al fracaso de la estrategia de la llamada guerra contra las drogas, al endurecimiento de las medidas punitivas en contra de jóvenes (en especial hombres de barrios vulnerables), a las deficiencias u opacidad de los sistemas de justicia para garantizar el debido proceso y la prontitud de las sentencias, y, en general, al endurecimiento de la opinión pública y legislativa sobre las estrategias necesarias para enfrentar la violencia y el delito.  

En muchos países se configura un proceso de securitización, entendido como una acción real y tangible o simplemente discursiva que consiste en etiquetar un tema de interés público como una amenaza existencial para la gobernabilidad. Esto se hace para justificar la toma de medidas de emergencia fuera de las vías normales, tanto en términos políticos como de políticas públicas.

Uno de los grandes problemas de estas estrategias no es que solamente no logran una disminución significativa de los hechos de violencia, sino que a su vez socavan los principios del estado de derecho, promoviendo una dispersión de los usos, medios y formas del ejercicio de las violencias. En el contexto carcelario latinoamericano, esto se traduce, por una parte, en una violación sistemática de los derechos humanos de internos e internas, quienes sufren condiciones graves de hacinamiento, exposición a condiciones materiales deplorables y negación de acceso a servicios básicos. Y, por otra parte, la exposición al problema de la gobernanza criminal, un aspecto que permite explicar las raíces de la conformación de grupos y líderes que, ya sea a través de violencia explícita o implícita, buscan asegurar obediencia de sujetos. Esto ocurre, generalmente, para obtener beneficios personales, o, dicho de otro modo, para instrumentalizar las relaciones para obtener algo. Estos grupos compiten con la autoridad del Estado, a veces enfrentándose directamente y en otras ocasiones complementando su ejercicio de poder, mediante acuerdos implícitos con las autoridades formales o reconociendo espacios alternativos de poder y legitimidad. 

Las cárceles dejan así de operar como los espacios de reinserción y más bien operan como verdaderas escuelas de desviación, espacios de reclutamiento o centros de operación de organizaciones criminales.

Finalmente, hay que comprender que toda la institucionalidad carcelaria está concebida para operar bajo lógicas de control y subordinación como una institución total, cuyas disposiciones y dinámicas se articulan para la despersonalización del sujeto. Como bien lo describe el sociólogo Erwing Goffman, el control de la rutina, de la alimentación, del régimen de actividades, pero por sobre todo el control sobre el contacto con el mundo exterior, son los mecanismos por excelencia para el control del yo, para la “desculturación” o el “desentrenamiento”, es decir, la pérdida de identidad, la extrañeza con uno mismo y con el mundo que te rodea.

Esta despersonalización se conjuga con un proceso de adaptación, donde el sujeto tiende a la internalización y adopción de las normas, costumbres, códigos, comportamientos propios de la subcultura carcelaria. Este proceso es denominado “prisionización” porque facilita la reproducción de la violencia carcelaria y tiene diversos efectos psicológicos entre las y los internos.

En este contexto del desbordamiento de las violencias, de la precariedad material y precarización subjetiva ¿cómo resistir a la violencia y/o minimizar sus efectos? ¿Cómo construir perspectivas de futuro? ¿Cómo generar procesos de cambio orientados al desistimiento delictivo o a una reinserción social efectiva? Estas son preguntas que asumen diariamente diversos colectivos, fundaciones y funcionarios y funcionarias públicas que trabajan en estos contextos y que aún apuestan por lograr procesos de cambio efectivos. 

Una primera idea podría estar en la noción de “resistencia” trabajada por Michel Foucault a lo largo de su obra. Desde esa perspectiva, la noción se puede comprender como la posibilidad de fragmentar el poder para incluir nuevas formas de existir. La resistencia es el contrapunto al poder, donde hay poder hay resistencia, donde hay dominio hay creatividad emancipatoria. Para Foucault, la resistencia no debe pensarse necesariamente como una lucha frontal o una revolución total, puede ser una serie de tácticas y estrategias cotidianas que interrumpen, desafían o desvían el ejercicio del poder.

En este sentido ¿qué significa trabajar desde la perspectiva de la resistencia al poder en contexto carcelarios? Por una parte, podría significar la implementación de diversas estrategias o salvaguardas que contribuyan a contener o limitar los abusos del poder. Pero, por otra parte, podría significar el reconocimiento de una serie de intervenciones orientadas a recordar a las personas privadas de libertad su propio poder (como resistencia), su dignidad y su capacidad de acción, desde lógicas opuestas a la sobrevivencia.

Esta perspectiva de tránsito de una subjetividad adaptativa a una propositiva, de una lógica de temor y supervivencia a una lógica de autocontrol y confianza, estará vinculada desde la perspectiva foucaultiana a la noción de “estética de la existencia”, es decir, la invitación a concebir la vida como una obra de arte. Esto es especialmente importante en espacios de control y desgaste porque dota a los sujetos de una nueva posibilidad de habitar la estructura e incluso de dotarla de un nuevo sentido. En este sentido, es relevante el trabajo de Viktor Frankl y su célebre afirmación: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino”.

Pero, este giro implica un trabajo personal e íntimo. El sujeto debe enfrentarse a sus propios sufrimientos y a sus estados emocionales y mentales. Tal como afirmó en una ocasión Mandela: “El aspecto más inquietante de la vida en prisión es el aislamiento. No hay principio ni final, solo tu propia mente, que a veces resulta engañosa”. La privación de libertad es una condición material, aunque también una condición interna. Este reconocimiento es común en el testimonio de muchos presos que han logrado iniciar un proceso de desistimiento. Carlos, quien estuvo preso en un penal de máxima seguridad en Argentina, señala: “Me empecé a sentir libre a pesar de que estaba detenido y me fui dando cuenta que la libertad es un estado mental”. Esta experiencia de libertad interior se experimenta como un nuevo horizonte de sentido y como una experiencia reconfortante que brinda nuevas posibilidades de acción.              

Prison Smart es un programa de la Fundación El Arte de Vivir dirigido a la comunidad carcelaria. Mediante la enseñanza y práctica de técnicas avanzadas de yoga, respiración y meditación, ha probado reducir la violencia en cárceles de todo el mundo, transformando los patrones de conducta que impiden una convivencia pacífica. De esta forma se ha convertido en una práctica de resistencia noviolenta a los efectos de prisionización y la violencia carcelaria.  

La piedra angular de este programa es la técnica Sudarshan Kriya, una herramienta que transforma emociones intensas, restaura la calma de la mente y la capacidad de concentración. El curso, impartido por instructores certificados al interior de los recintos penitenciarios, enseña a lidiar en forma constructiva con sentimientos profundamente enraizados como miedo, culpa, desesperación, depresión y venganza. El programa corta de raíz los ciclos de violencia en la medida que los detenidos se vuelven más conscientes de las consecuencias de sus acciones, asumen responsabilidad sobre sus actos y empiezan a buscar soluciones a los problemas dentro de sí y no solo en el mundo exterior.

En América Latina, el programa inició con regularidad su trabajo en Argentina. Desde el año 2003 se dictaron cursos en 31 unidades llegando a más de 17.000 personas privadas de la libertad y personal penitenciario. A partir de ahí se ha expandido a casi todos los países de la región, encontrándose activo en Uruguay, Chile, Paraguay, Colombia, Venezuela, Brasil, Costa Rica, México, Guatemala, entre otros. 

En México, entre 2011 y 2012, se impartieron los cursos a un total de 6.390 personas relacionadas con el Sistema Penitenciario Federal (internos, empleados y cadetes). Al cabo de esta experiencia intensiva de un año, se tomaron registros estadísticos en base a casi mil encuestas y pruebas psicométricas. Los resultados demostraron una mejoría en el manejo del estrés, la ansiedad, el enojo y en la calidad del sueño. También se demostró un aumento en la tolerancia a la frustración y en los niveles de energía de los participantes.

En Costa Rica, la experiencia desarrollada durante el año 2019 agregó respaldo científico al programa: la UAI (Unidad de Atención Integral) estudió el impacto de los cursos de El Arte de Vivir mediante un método de mapeo cerebral que mide grados de madurez en el cerebro. Los resultados mostraron que, después de cinco meses practicando la técnica de meditación Sudarshan Kriya, promovida por el programa, la topografía Theta del cerebro —asociada con la relajación, creatividad, concentración y funciones emocionales, conductuales y generales del organismo— había mejorado significativamente.

Los beneficios de la práctica del yoga y la meditación están extensamente documentados. Sin embargo, aún hay pocos trabajos sobre sus impactos en contextos de privación de libertad y su potencial impacto en procesos de desistimiento delictivo. 

Una de las particularidades del trabajo a partir del yoga y la meditación es que permiten trabajar sobre la dimensión del ser y el estar, dimensiones tradicionalmente olvidadas en otras prácticas interventivas centradas en hacer o en el conocer. Estas dimensiones axiológicas del desarrollo humano son claves para los procesos de transformación personal, sin embargo, raramente son atendidas porque suponen un tránsito de racionalidad a la emocionalidad y al cuerpo.

Conectar con las emociones y con el cuerpo en un espacio contenido y seguro es para muchos internos una experiencia revolucionaria, un acto transgresor en una institucionalidad que niega la privacidad, la sensibilidad y la esperanza.

Ángel, un interno que transitó por más de cincuenta penales de la Provincia de Buenos Aires, conoció el programa El Arte de Vivir mientras estaba en la Unidad 48 del Complejo de San Martín. A partir de ahí su vida al interior del recinto comenzó a experimentar un cambio, en sus propias palabras: “En los cursos conocí lo que era tener un objetivo en la vida. Los años que estuve detenido, estuve a punto de recibirme de preso. Creía que podía ser eso y nada más. Me recibí de licenciado en Sociología. Sentirse libre estando preso quiere decir que aún en las peores circunstancias uno elige y eso lo descubrí a través de la respiración”.

Germán Díaz Urrutia 

Sociólogo, educador, máster en Psicología Social y especialista en diversos ámbitos vinculados a las políticas de seguridad y prevención del delito y la violencia, derechos humanos y procesos de intervención social orientados a la transformación humana.

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