La historia de las perlas va más allá de lo que capta el ojo. Es la historia del imperio en la modernidad temprana, la del riesgo, la esclavitud, la conversión religiosa, el poder de los Caribes y la piratería. Es una historia que comienza con la familia Cardona, a la que le fue otorgado el monopolio real a principios del siglo XVII. Una y otra vez, los Cardona perdieron flotas y capitales en su búsqueda de riquezas, favores reales, tesoros hundidos, esclavos y conversos. Tomás de Cardona creció como paje de Felipe III y en 1610 obtuvo el asiento (el monopolio) para la extracción de perlas en el Caribe y la California. Su pequeña flota partió de Cádiz buscando naufragios, perlas y cautivos que rescatar. La compañía de Cardona necesitaba buzos esclavos para recolectar perlas y rescatar pecios. Obtuvo estos esclavos gracias a los Caribes, los famosos “caníbales” que se movían de isla en isla organizando redadas y poniendo límites a las aspiraciones geopolíticas europeas. Cardona pasó nueve meses reconociendo la California, que plasmó en un mapa como una península alargada y no una isla como se había imaginado, una región rica en minas de plata e indígenas -aseguraba- dóciles y convertibles. Cerca de Acapulco, uno de los navíos de Cardona fue atacado por el pirata holandés George Spilberg. Cardona perdió a los frailes, los buzos esclavos y su nave, no sin antes escapar del barco. Maltrecho, Cardona regresó a España en 1617. La flota realizó muchos más viajes, siendo capturada e incautada también en numerosas ocasiones. Las fascinantes memorias de Cardona muestran la naturaleza de las empresas de las perlas, un relato que amplifica la imagen de los Caribes.